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El origen del miedo

Galería Ayni, segundo ciclo de exposiciones "Memorias obstinadas, resistencias ante el olvido"

A veces me canso de estar de pie
Y me canso de mis huesos
Me canso de mis ojos tristes.

Gabriela Carmona

Aunque aparentemente separados, los elementos que conforman el “Origen del miedo” están sutilmente interrelacionados. En una primera aproximación nos parecen estar unidos con filos hilos invisibles. Luego, cuando nos sumergimos, no sólo los percibimos, sino que nos cercioramos de que están profundamente encadenados y atados a la tierra.

I.

A lo lejos divisamos un paisaje desértico. Formas blancas y negras: erguidas, semi recostadas, encaramadas Nos atraen con sus siluetas táctiles, tridimensionales.

Nos acercamos un poco. Algunas de esas formas parecen huesos. Sus dimensiones son enigmáticas. Al mirarlas de cerca, descubrimos que el hueso no es tal, sino yeso.

Sentimos el yeso. Blanco. Alquimia en la transformación de lo cálido y flexible a lo frío y rígido. En una asociación automática vuelve a la memoria el hueso, pero ya no en su forma irrompible, sino fracturado, quebrado.

El quiebro se torna en fragmento. Los pedazos se esparcen. Comprendemos entonces que son piezas pertenecientes a un solo ser, a un solo dolor. La artista está presente en su ausencia fragmentada. Pero ese uno, es muchos a la vez. Gabriela Carmona nos adentra en un paisaje interior que sentimos como nuestro y, así, continuamos el recorrido.

Seguimos caminando. Vemos que a las formas blancas las acompañan otros fragmentos. Pero son blandas y negras. Un contraste afilado que nos seduce en su discrepancia. Tal vez los órganos de un mismo cuerpo, tal vez las larvas que dejaron solo esos huesos esparcidos por el espacio.

Tal vez, el origen del miedo.

II.

El paisaje de un cuerpo que abandona su ser queda atrás, se desmaterializa. Desaparece para adentrarse en el recuerdo. Para afrontarlo, lo que no significa ni mucho menos comprenderlo.

Gabriela ingresa, se sumerge en un ambiente aséptico, blanquecino -como el yeso, como el hueso- esterilizado. El frío de las paredes lo envuelve todo en un aura onírica. Quedamos atrapados con ella.

Se escucha una suerte de psicoanálisis colmado de terrores sonoros. Mensajes incomprensibles que luego se desdoblan llegando a lo esquizoide. La búsqueda de Gabriela, y la nuestra, continúa, en paso calmado.

Sin pausa, sin salida: ya no hay yeso que sane, no hay herida que se vea. Solo queda la cicatriz, el vacío. El cuerpo desnudo y el porte de objetos ajenos para poder respirar, nutrirse, avanzar, encontrar una respuesta. Escuchar y sentir el desaparecer.

III.

Solo es necesario un balanceo para saltar a la pantalla en negro. En un gesto simbólico, Gabriela Carmona se adentra de lleno en la oscuridad. Opaca, penetrante. Se tapa, se tiende. Se esconde. Tal vez una huida. Quizá un no querer mirar. O un no poder soportar más.

Una suerte de crucifixión que nos habla, no ya solo de una experiencia aislada, sino de un común denominador, de historias que se repiten desde antaño. Un gesto que que se tapa la boca pero lo hace, precisamente, para hacer audible el grito de muchas más.

Muchas, siempre demasiadas: enterradas, ocultas, asustadas, desaparecidas. Silenciadas en el más tremendo de los horrores. Mutilación de cuerpos y almas. Crucificados sin necesidad de espinas, en soledad.

Solo entonces nos percatamos de que esa metáfora no es más que una terrible realidad. Pues, ¿qué pasaría si todas hicieran este mismo gesto en un mismo momento?, ¿si aparecieran todas y se recostaran a la vez? Resulta simplemente impensable: la tierra, así de crudo, no dispone de tanta superficie como para albergar tantos cuerpos esparcidos.

Y, así, quedan ocultos. Tan inconmensurable e insaciable es la crueldad del ser humano.

IV.
El blanco yeso-hueso en paisaje fundido con el negro blando, todos esparcidos. La brillantez de una escena aséptica pero sonoramente recurrente. El contraste del negro velado.

Al fondo, un friso cosido con letras. Letras que son poemas. Poemas de dolor bordados.

Entonces advertimos ese filo hilo que se va transmutando en cadena. Comprendemos que es uno solo y que, al tiempo, son muchos. Se cierra la cadena y en ella quedamos atados todos nosotros.

Gabriela Carmona nos traslada de lo personal a lo universal en un solo paseo. Un paseo sosegado, contemplativo. Callado y esperando a ser descubierto.

V.

La elección está en nuestras manos.

En la instalación de Gabriela Carmona podemos quedarnos mirando el paisaje y tomarlo como tal. O, si lo deseamos, podemos reflexionar sobre la alquimia y las formas que brotan, analizarlas y sopesarlas. Luego, si queremos seguir profundizando, llegaremos a un sutil terror. Más adentro, al retorno de recuerdos desamparados. Aún más profundo, desembocamos en el paroxismo hasta adentraremos en el negro de la muerte, de la desaparición.

Si llegamos a ese punto y leemos entonces las palabras de Gabriela, todo cobra sentido. Entonces, es cuando sentimos y queremos -balbucear o tal vez gritar- aquello que dicen de: “ni una más”.

Inés R. Artola
Varsovia. Noviembre de 2021

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